Imagen: © Mercedes Pimiento. Sin título, 2014. Escayola, cuerda y manta.
En un
entorno, el del arte, en el que se escuchan tantas voces, provenientes de
medios de comunicación, comisarios, directores de museos, galeristas,
coleccionistas, aficionados y demás, se
antoja como una necesidad fundamental, presentar la versión que da el artista
de lo que sucede. Esta que nos ocupa, forma parte de una serie de entrevistas
que se realizarán a diversos artistas con el objetivo de llevar a cabo una
aproximación al panorama actual del arte en nuestro país desde la visión de los
verdaderos protagonistas.
Viendo la
obra de Mercedes Pimiento (Sevilla, 1990), lo primero que se intuye es su gusto
por la imagen poética a partir de la sofisticación formal.
Sus piezas se conforman a partir de mínimos elementos y se presentan siempre de
forma elegante, limpia, sin abalorios.
Cuchillo Distópico - ¿Qué viene
antes, el discurso o el objeto?
Mercedes
Pimiento - Vienen uno de la mano del otro y se van influyendo mutuamente. Mi
discurso está muy relacionado con el objeto, con la relación con lo físico, lo
matérico… Hay piezas que surgen a raíz de objetos o elementos encontrados, por
ejemplo, pero hay otras en las que una idea me lleva a buscar los materiales o
el medio concreto para desarrollarla. De cualquier forma, creo que las obras o
los proyectos más interesantes, o los que pueden marcar más una diferencia, son
aquéllos en los que tanto la forma como la idea se mantienen abiertas durante
todo el proceso. Cuando proyectas una pieza y una vez realizada es exactamente
igual a la idea, tal vez te preguntas si el proceso de ejecución era necesario
o si aportaba algo nuevo al proyecto.
CD – Tus
trabajos indagan en temas universales como el ser humano y su relación con el
entorno natural, o la incidencia del capitalismo en el mundo, y, a la vez,
desprenden intimismo. Ese intimismo, ¿es una estrategia de aproximación al
espectador o es algo que sale solo? ¿Cuánto hay de autobiográfico en tu obra?
MP - Tiene una parte autobiográfica, en tanto que
el punto de partida de mi trabajo suele ser mi propio entorno, la realidad más
inmediata, aunque trato de llevarlo a un plano más universal, como tú has
dicho, sin pretender reflejar ninguna situación personal concreta. De igual
forma, creo que ese carácter intimista viene del hecho de que trabajo a partir
de lo que tengo, a partir de mi contexto. En este momento no tendría sentido
para mí trabajar en proyectos exuberantes, porque no tengo los medios para ello
y porque tampoco es algo que me interese ahora mismo, o que me parezca
necesario. Intento, de alguna forma, compartir a través de mi trabajo una
mirada cercana de la realidad que nos rodea. Sí que es cierto que suelo tener
bastante en cuenta al espectador a la hora de formalizar mi trabajo. A partir
de una idea, trato de pensar cuál sería el medio idóneo para desarrollarla.
Intento ponerme en la piel del espectador que se enfrente a una pieza que no
conoce y tener en cuenta que no se experimenta de la misma forma, por ejemplo,
un objeto, que una fotografía o un dibujo de ese mismo objeto.
CD –
Perteneces a una generación de artistas que parece inmersa en una continua
competición. ¿Cómo se vive el tener que estar siempre pendiente de las
convocatorias de premios y becas artísticas? La competición, ¿no desvirtúa el
arte?
MP – Es cierto
que todo lo relacionado con los premios y becas ocupa bastante tiempo, y luego
normalmente los tiempos para desarrollar los proyectos son cortos, con lo cual
se acelera todo y vives siempre en una cuenta atrás de fechas de entrega. Tal
vez esto le confiere al arte emergente un carácter de una cierta obsolescencia
programada que lo hace, si cabe, aún más sintomático de nuestro tiempo.
CD - Los
fallos de los premios y becas que vemos publicados, frecuentemente informan de
la calidad de los proyectos/trabajos presentados a las convocatorias y de la
dificultad de tomar decisiones de los jurados. Como participante, quizá te haya
sucedido alguna vez que han rechazado un trabajo tuyo en un premio, y acto
seguido lo han premiado en otra convocatoria. ¿En qué medida se
puede valorar objetivamente el arte?
MP - Creo que
se puede valorar subjetivamente pero con criterio. En una entrevista le
preguntaron a Duchamp que qué era el gusto y él contestó que “Una costumbre. La
repetición de una cosa ya aceptada”.
Creo que, al igual que en cualquier otro campo, hay una serie de líneas
de trabajo transversales, tanto formales como teóricas, que más o menos todos
conocemos y en mayor o menor medida compartimos, unas más relacionadas con
contextos específicos, otras internacionales…
Lo interesante es que en todo momento esas líneas se pueden transgredir,
ignorar, subvertir, o bien seguir dogmáticamente. Al final el gusto, como
tantas otras cosas, es una negociación constante.
CD – No sé si estás de
acuerdo con que en el sector del arte, como en el resto, a veces se ensalzan
injustificadamente figuras mediocres. ¿Por qué crees que
se produce? ¿Qué es lo que falla?
MP - Puede ser,
pero creo que es un sector bastante crítico y que, si en algún momento esto
sucede, se debe más a una cuestión comercial o de marketing que a una falta de
criterio.
CD –Podría
decirse que existe un distanciamiento entre las prácticas artísticas más
vanguardistas y la mayor parte de la sociedad. ¿A quién hay que atribuirle
la culpa: a los artistas, a las instituciones, a los medios informativos, al
sistema educativo…?
MP – Sí, creo que este es uno de los mayores
obstáculos a los que se enfrenta el arte contemporáneo, y supongo que todos
tenemos parte de la culpa: desde el sistema educativo en el que muchas veces es
complicado simplemente atraer la atención de los estudiantes y en el que no se
da ninguna importancia a las enseñanzas artísticas (no solo las artes
plásticas, sino la música, las artes escénicas… y en general, cualquier tipo de
conocimiento sensible que se aleje del pensamiento lógico-deductivo), hasta los
artistas y el resto de agentes del arte contemporáneo que a menudo nos
olvidamos del gran público y del carácter relacional del arte, pasando por gran
parte de los medios de comunicación generalistas que se empeñan en reproducir
estereotipos y reflejar una visión totalmente distorsionada del mundo de arte.
Hace falta, y en muchos casos ya se está haciendo, un trabajo de mediación
comprometido, que busque traspasar la endogamia del circuito del arte y tender
puentes con la sociedad.
CD – ¿Confías en un
futuro próspero para tu trabajo? ¿Y para el arte en general?
MP – Confío en seguir trabajando. La prosperidad
supongo que dependerá de la situación, del contexto… Aunque no es lo que más me
preocupa. Si tengo que compaginarlo con otro trabajo para mantenerme, tampoco
pasa nada. La docencia me encanta, por ejemplo, y está relacionada con la
mediación comprometida con la sociedad de la que hablábamos en la pregunta
anterior.
Para el
arte —el mercado del arte— sí, seguro. Hay demasiadas relaciones, demasiados
agentes y demasiados intereses como para que deje de funcionar. Además, si el
sistema ha sobrevivido a estos últimos años…
Para el
arte en sí —como investigación, como manifestación cultural — también. Creo que
es algo intrínseco al ser humano. Se ha seguido haciendo arte durante guerras,
posguerras, crisis… y en cualquier otro momento, aunque no haya sido reconocido
socialmente o no aparezca en los libros de historia. Creo que seguirá habiendo
arte, siempre y cuando no acabe por fusionarse con el diseño y el marketing.
CD - Como
artista, ¿dónde
radica el éxito?
MP - Uf, no lo
sé. Supongo que en ser capaz de mantener una relación sana con el mercado —ser
capaz de vivir de esto pero manteniendo la independencia de tu trabajo.
CD - Para
terminar, una complicada: ¿podrías contestarme
de forma breve qué es el arte?
MP - Para mí es, por un lado, una forma de acercarse al mundo y compartirlo; por otro, un lugar en el que proponer cosas.
MP - Para mí es, por un lado, una forma de acercarse al mundo y compartirlo; por otro, un lugar en el que proponer cosas.
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